jueves, 22 de noviembre de 2012

BRUJAS, FANTASMAS Y UN CHAC MOOL

Cuando hablamos de autores de literatura fantástica, por lo general pensamos en Mary Shelley y la espantosa creación de Víctor Frankenstein; en Edgar Allan Poe y esas enfermizas mujeres que vuelven de la tumba para aterrorizar a sus amantes; en Nathaniel Hawthorne y sus casas embrujadas; en H.P. Lovecraft y sus demonios ancestrales; en Bram Stoker y ese conde ávido de sangre; en Henry James y los esquivos espectros que horrorizan institutrices histéricas. Es decir escritores de la lengua inglesa. Por otro lado, al escuchar las palabras “Literatura Mexicana”, evocamos idílicas escenas del campo decimonónico, desgarradoras historias de amores imposibles , crónicas de la atroz violencia de la Revolución de 1910 y las inverosímiles hazañas de sus caudillos. Asimismo no dejaremos de pensar en relatos más actuales que nos muestran la vacuidad de la vida citadina, la caída en el olvido de las viejas costumbres, la galopante corrupción de empresarios y políticos, y la creciente americanización de la sociedad mexicana. Sin embargo, la fantasía está presente en nuestras letras en mucho mayor medida de lo que se cree y podemos encontrarla ya desde el siglo XIX, en algunos cuentos de Vicente Riva Palacio: “Las Gotas de Agua“ y “El Matrimonio Desigual“. Posteriormente, Amado Nervo también seguirá esta línea en algunos cuentos tales como “La Diablesa”, en el que un hombre le pide a Mefistófeles que cree para él a la mujer perfecta y “Él Ángel Caído”, relato de tono infantil en que unos niños encuentran por accidente un ente celestial. En 1912, Alfonso Reyes escribe un breve relato denominado: “La Cena”, en el cual prevalece un ambiente onírico, de profunda irrealidad. Sin embargo, también aparecen algunos elementos autobiográficos, en especial relacionados con su padre, el general Bernardo Reyes, quien moriría un año después, durante la Decena Trágica: “Contemplé de nuevo el retrato; me vi a mi mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era una caricatura de aquel retrato… Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz…” Así, no hay que buscar mucho para encontrar autores mexicanos que hayan caminado por el terreno de lo fantástico, el mismo Juan Rulfo la hace patente en algunos cuentos del Llano en Llamas como “Macario“, en que un individuo con retraso mental vive aterrado por el ejército de santos de su madrina, o “Luvina“, narración de la vida en ese pueblo fantasmal, donde los elementos y los objetos tienen más vida que los seres humanos que habitan en él: “Hasta allí llegaba el viento... Lo estuvimos oyendo pasar por encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir… golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis” No obstante, será en Pedro Páramo, donde Rulfo despliegue toda su fantasía al unir, en ese pueblo agonizante que es Comala, el mundo de los vivos y de los muertos. Nunca sabemos el instante preciso en que muere Juan Preciado, o, si acaso, estaba muerto desde un principio y fue siempre fue uno más de los fantasmas que acosan al cruel hacendado que lleva el mismo nombre que la novela. Lo fantástico también es esencial en la obra de otro gigante de las letras mexicanas: Carlos Fuentes. Desde su primer libro de cuentos, Los Días Enmascarados (1954), este autor juega con lo extraño y lo sobrenatural. Así, el infortunado Filiberto es esclavizado y posteriormente asesinado por un ídolo azteca que ha cobrado vida (“Chac Mool“); otro burócrata, éste sin nombre, pierde la vida en una vieja casa de Puente de Alvarado, a manos del fantasma de la desdichada emperatríz Carlota, quien lo ha confundido con su adorado Max (“Tlactoctzine, del Jardín de Flandes“). “Por Boca de los Dioses” es un cuento más surrealista que fantástico, sin embargo, en éste, el protagonista desciende -por medio de un elevador-, a las ruinas de la antigua Tenochtitlan, donde acuden a su encuentro las siniestras deidades mexicas. El tema de la bruja es otra constante en la obra de Fuentes, no sólo en la célebre novela Aura, en la cual también aparece el tema del Doppelänger (la anciana Consuelo y la joven del vestido verde se revelan como la misma persona), sino también en un libro aparentemente realista como lo es Artemio Cruz, en el cual la abuela del protagonista, la vieja Ludivinia, confinada a su habitación, el único aposento intacto de la hacienda arrasada, también es una hechicera. Imposible dejar de lado un relato como “La Muñeca Reina” , cuya atmósfera escalofriante y su trama llena de intriga es digna de la mejor literatura gótica. La faceta fantástica de Carlos Fuentes también la encontramos en los relatos que forman el libro Inquieta Compañía. En ellos aparecen un par de brujas que aterrorizan a su joven sobrino recién llegado de Francia (La Buena Compañía); un ángel musulmán que salva a una hermosa mujer de las garras de su cruel esposo (Calixta Brand); una casa, propiedad de un alemán seguidor de Pancho Villa y del Fürher que está infestada de los fantasmas del Holocausto (“La Bella Durmiente“); y un siniestro individuo, de nombre Vladimir Radu, que llega a la Ciudad de México procedente de Europa Central en busca de sangre para saciar su sed (“Vlad“). José Emilio Pacheco es otro destacado narrador mexicano que hace de la fantasía parte fundamental de su obra, especialmente en el volumen de relatos denominado El Principio del Placer. En una de éstas historias “Tenga para que se Entretenga”, una mujer y su hijo pasean por el Bosque de Chapultepec, cuando de pronto un hombre alto y barbado, “blancuzco como un caracol fuera de su concha”, surge de las entrañas de la tierra y le pide al niño que no moleste a los caracoles pues éstos “no muerden y conocen el mundo de los muertos” . El niño se interesa por conocer la casa del recién llegado y con el incomprensible permiso de la madre se sumerge en el hueco abierto para no volver a ser visto nunca más. Señas posteriores parecen demostrar que aquel extraño hombre-molusco no es otro que el infortunado Maximiliano de Habsurgo. Asimismo, la fantasía y la realidad también se entremezclan en el relato “La Fiesta Brava”, en que un narrador poco exitoso de nombre Andrés Quintana escribe un cuento sobre un turista americano, exmilitar, que es asesinado en el metro por una secta que, en reminiscencia de los antiguos aztecas, practica sacrificios humanos. Posteriormente, una noche, después de ver fracasado su intento de ver publicada su historia, Quintana viaja en el metro, se encuentra con un americano idéntico al que protagoniza su relato y termina por caer en las manos del grupo de aztecas contemporáneos que antes había descrito. Un autor menos conocido, pero no por eso menos brillante, Francisco Tario, elaboró piezas fantásticas de gran calidad. En uno de sus relatos un joven estudiante que duerme apaciblemente, sueña que es capturado por unos policías que lo acusan de haber matado a una mujer cuyo cuerpo decapitado yace en el fondo de un lago. Repetidas veces, el estudiante niega tener algo que con aquel asesinato, sin embargo, conforme la historia avanza, nos damos cuenta de que aquella mujer es en realidad la hermana del protagonista, que ambos sostuvieron amores incestuosos durante su adolescencia y que, al no poder tolerar que los separaran, opta por suicidarse. A final, el estudiante sucumbe a la culpa que éste recuerdo antes reprimido le causa y jamás vuelve a despertar. En “Fuera de Programa”, Cynthia, la joven heredera de Lord Callendar, desecha a todos los aspirantes a tomar su su mano, por más ricos o guapos sean, pues está enamorada de “Dreamer”, un hermoso caballo negro al que brinda trato de persona, mientras que, en “La Noche del Féretro”, un cajón de muerto nos cuenta su deseo de llegar a ser ocupado por una mujer. Imposible dejar a un lado a Juan José Arreola y su maravilloso Confabulario, con esos trenes que nunca llega a ninguna parte (“El Guardagujas“), esos científicos que pretenden hacer posible que un hombre viaje a través del ojo de una aguja (“En Verdad os Digo“) y las fábulas y alegorías que se prodigan en relatos como “Una Mujer Amaestrada”, “El Rinoceronte”, “El Prodigioso Miligramo” y otros. Las mujeres también han realizado contribuciones muy destacadas a la literatura fantástica. Elena Garro, considerada por muchos una de las mejores escritoras mexicanas, escribió “La Culpa es de los Tlaxcaltecas“, un complejo relato en el cuál la protagonista vive simultáneamente en dos tiempos: la caída de Tenochtitlan y la actualidad. Por su parte, Guadalupe Dueñas mezcla la nostalgia de la infancia con lo sobrenatural, tal y como ocurre en el cuento “Al Roce de la Sombra“. Otra destacada narradora en este campo es Amparo Dávila, cuyos relatos están siempre salpicados de entes perturbadores que surgen de las sombras para destrozar la vida de los desdichados que se cruzan en su camino. Así, una mujer y sus hijos viven aterrorizados por un extraño ser -nunca queda claro de qué clase de criatura se trata- que su marido trae a la casa tras volver de uno de sus viajes (“El Huésped“). En “El Espejo“, una mujer madura que se recobra de una fractura en un hospital es aterrorizada noche a noche por sombras que cruzan el espejo que está frente a su cama, mientras que “En la Quinta de las Celosías”, Jana, una joven perturbada por la muerte de sus padres, recibe la ayuda de un ser llamado Walter -nunca se dice si es un hombre, un animal o un monstruo- para asesinar y embalsamar a sus pretendientes. Este breve ensayo no intenta, de ningún modo, hacer una revisión exhaustiva de todos los autores mexicanos que han escrito obras de carácter fantástico, simplemente busca demostrar que éste género no es ajeno a nuestra literatura y que ha dado lugar a obras de gran calidad. Por otra parte, pretende ser también una invitación a su lectura.